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Subiendo el Mondúver con la bici de carretera

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Crónica

Hace unas semanas quise plantear un reto de estos que sabes que probablemente no lo conseguirás salvo que ocurra un milagro. Hemos subido a infinidad de cimas con la bici de montaña, e incluso hemos hecho algunos pinitos interesantes con la bici de carretera. Pero si nuestra hazaña más reivindicable es llegar hasta el radar meteorológico de Cullera no vamos a seguir avanzando. Así que me lié la manta a la cabeza y propuse una locura: subir al Mondúber con la flaca. Ya había subido con mi antigua Rockrider y sabía que con un 34x28 difícilmente lo conseguiría, pero cuando te envalentonas no sabes dar vuelta atrás.

Pensaba en coger el tren para salir desde Carcaixent, para hacer una asequible ruta de unos 120 kilómetros. Sin embargo, en la víspera Juan ya se se encargó de imponer su criterio con su cantinela habitual de «160 kilómetros no es para tanto», «vamos a nuestro ritmo» y todas sus matracas habituales aun sabiendo de sobra que yo no iba a poder completar sus empeños. Pero como por lo general tengo menos firmeza en mis opiniones que un niño de siete años y mi voluntad se doblega con la misma facilidad que un folio de papel cebolla, el capullo de turno —A.K.A. yo— se tuvo que inventar una forma de empezar el itinerario.

La salida desde Valencia es bien sencilla. Tras comprar unos cruasanes en la pastelería del barrio, comenzamos a pedalear hacia el sur por la calle San Vicente, pasando por el barrio de San Marcelino, La Torre y los pueblos de Benetússer, Alfafar y Massanassa. Justo cuando empezamos a acostumbrarnos a ir por la calle principal de los pueblos, en Catarroja cruzaremos las vías por el paso subterráneo para ir por el camino viejo de Ruzafa. Atraviesa varios polígonos industriales, y además nos podremos deleitar con la visión de los últimos coletazos de fauna saliendo de la Oh Valencia (antigua Joy), por lo tanto tampoco ganamos demasiado pedaleando por aquí.

Pero tras dejar atrás Beniparrell, ya mucho más cerca de la Albufera iremos por un camino de huerta alejado de la civilización que abandonaremos de forma muy brusca para incorporarnos a la antigua N-332a, y a continuación pasar por la zona de entrada de trabajadores de las factorías de Ford. Supongo que a ciertas horas de un día laborable pasar por aquí será un completo caos.

Atravesar Benifaió cuesta un poquito, pero tiene recompensa. Diez kilómetros de pista asfaltada, desierta y rodeada de naranjos hasta la llegada a Algemesí. El tramo forma parte de la ruta de Levante del Camino de Santiago, que pasa por Játiva, Almansa y Albacete. Quedará para otro día.

En Algemesí, con unos treinta kilómetros recorridos aprovechamos para repostar y comer unas rosquilletas en la fuente del patio del colegio de los maristas. Aunque parezca que está vallado y la fuente sea inaccesible, se puede entrar de todos modos por la parte trasera del campo.

El paso por Alzira y la sorprendentemente transitada carretera secundaria a Carcaixent —el punto de salida original de la ruta— bloquea mi cerebro y le hace una especie de reset. Tras este punto, la ruta está perfectamente planificada, y lo primero es disfrutar de la CV-5741, la única carretera que conozco en la que durante tres kilómetros y medio tiene un firme de adoquines. Al principio parece divertido. Algo simpático. La París-Roubaix valenciana he llegado a leer por ahí. Un relajante masaje en plan sillon vibratorio. Pero lo que durante quinientos metros tiene gracia, al cabo del rato se convierte en molestias en los tobillos y dolor en las muñecas. Pasa de ser relajante a descoyuntarte el cuerpo.

Empezamos a subir metiéndonos entre bosques de pinos dejando a un lado Rafelguaraf y Barxeta, para seguir subiendo hasta la cima del puerto de Simat. Pese a que no es demasiado exigente, tras dejar atrás el cruce del camino del Pla de Corrals la pendiente media se complica hasta más de un 6% de media. En su cima se ve toda la Valldigna —Simat, Tavernes y Benifairó— y aprovechamos para hacer algunas fotos.

El segundo puerto de montaña se nos presenta aún sin haber salido de Simat. Las ocho curvas y contracurvas de Barx empiezan a parecerme infernales. Volví a poner en práctica la valiosa lección que aprendí el día de la ruta desde Nules, donde me tocó comer, quitarme los guantes y abrir envoltorios sin soltar el manillar de la bici. De todos modos, aprovechando que tenía que quitarme la braga del cuello paré igualmente. Era una excusa como otra cualquiera para no parecer derrotado en plena subida.

En Barx hicimos nuestra tradicional visita a la panadería Sepell, donde todos los domingos hay empanadillas recién sacadas del horno y nos hicimos el tentempié mientras vimos pasar la quinta carrera ciclista de cadetes Ciudad de Gandía. Pero no nos podíamos despistar demasiado. Nada más pasaron los últimos participantes pusimos rumbo a la Drova, donde nos esperaba el monstruo.

Sólo con girar a la calle Esparterola y ver una calle con zonas de hasta un 23% de desnivel ya tienes bastante. La calle se sube haciendo unas eses tan exageradas que a veces parece que en vez de subir estés andando en círculos. ¿De verdad esto se podrá bajar con estas ruedas tan estrechas sin pegársela? Poner un pie en el suelo puede ser un error tremendo, porque es muy complicado volver a ponerse en marcha. El secreto está en usar el poco espacio nivelado que hay en las entradas de los porches de la calle para ayudarse. ¡Y esto no había hecho más que comenzar!

Al pasar a subir, ahora sí, la montaña, podemos separar dos tipos de tramos: los duros (en una media de un trece o catorce por ciento) y los fuera de concurso, con picos de hasta el 21%. Tras haber subido el tramo más inclinado —que paradójicamente es la calle urbanizada— ahora ya en mitad de la naturaleza tuve mi primer momento hasta los huevos. Me tocó bajar de la bici, dejándola tirada en mitad de la pista sin ningún miramiento y sentarme-dejarme caer en el suelo hasta que se me pasase la flojera y las estrellas en la vista.

Segunda intentona. Recuperado ya el decoro, vuelvo a subir a la bici. Juan, con su desarrollo 30x30 me ha adelantado —ya podrá— y está muy por delante. Pocas veces la bici me ha puesto tan al límite. Incluso tenía la necesidad de quitarme el casco porque la cabeza se me estaba cociendo al vapor. Encontrarme con excursionistas bajando de la montaña no me ayudaba especialmente. Sobre todo si dicen que aún queda muchísimo y que encima es lo peor. Llegó un momento en que no sabía si estaba andando o pedaleando. Hacer cien metros sin parar era un castigo medieval.

Cuando todo parece perdido, a dos kilómetros de la cima llega una pequeña bajada en el Coll de les Bigues. Ahí estaba Juan esperándome pensando que ya había llegado el final de la subida, pero no… Aún quedaban casi doscientos cincuenta metros de desnivel por delante. Había llegado un momento de tal cansancio, flojera, temblor de piernas, sensación de levitar y hartazgo que lo mandé todo al cagarro. Puede que destrozase las calas más de la cuenta, pero llegué a la cima andando. Aunque más bien debería decir empujando la bici, que me pesaba lo mismo que le pesaría un bloque de piedra a un egipcio que construyese una pirámide.

En la cima hicimos un montón de fotos tanto donde acaba la carretera como en su hito geodésico, que está oculto tras subir una escalera de piedra al lado de la caseta del guarda forestal. Era tardísimo y teníamos hambre: había llegado la hora de bajar. Frenos de zapata, ruedas lisas, firme de cemento, muchas curvas y rampas de más del veinte por cien. Bajar me parecía casi tan complicado como subir, pero más peligroso.

Lo que al principio siempre es «no voy a dejar que la bici se embale» a los pocos metros se convierte en «tampoco parece muy peligroso», y finalmente acaba en el consabido «no pasa nada que yo controlo» pero cada curva trazada con el garbo que me caracteriza me los deja por corbata. El que de verdad cumple cuando dice «voy a bajar poco a poco» es Juan, al que le tuve que esperar en la entrada de la urbanización.

Nuestra búsqueda infructuosa de un bar para comer nos llevó hasta Gandía. El único sitio cercano resultó ser un restaurante de esos que se las dan de importantes, donde cuelgan sus críticas gastronómicas del periódico de la zona en la puerta. Ir sudado y con un culote que te marca la raja del culo a poco que curves la espalda no parece muy refinado para un local tan selecto. Afortunadamente en Gandia entramos en un sitio estupendo, L’Avinguda, en la avenida de la República Argentina. Paella sin caracoles, ensalada, postre… Comimos muy. Demasiado bien.

Y lo malo es que estábamos a unos sesenta kilómetros de casa. Al poco de cruzar el Grao de Gandia ya me di cuenta que la única explicación para los gases que me estaban sobreviniendo era que el arroz me estuviese fermentando en el estómago. ¿Me estaba convirtiendo en un alambique sobre ruedas?

Entre que la comida me estaba sentando como un tiro y los cien kilómetros que llevábamos me pesaban como toneladas, sabía de sobra que a Valencia sólo podía llegar tomándomelo con mucha calma. ¿He dicho calma? Llaneando con Juan significa ir como mínimo a 35 por hora, así que evidentemente, tal y como dije antes de salir, no iba a poder ser. Ya iba adelantando la jugada mientras pasábamos por Xeraco y Tabernes: «No voy a poder llegar», «Creo que en Cullera voy a coger el tren», obteniendo como respuesta el muy manido «¿Cómo no vas a llegar?».

Los cinco últimos kilómetros fueron inaguantables. Ver como te quedas atrás, sin fuerzas mientras te miran con una pátina de condescendencia y fastidio, sabiendo que si fueras a tu bola irías más despacio y parando a comer algo, pero llegarías. Poco antes de pasar por la rotonda de la estación de Cullera ya me iba despidiendo, diciendo claramente que me iba a quedar allí, pero Juan creyó que era un farol y continuó para Valencia. No sé si por equivocación o para tentarme a que le siguiera. En cualquiera de los dos casos la llevaba clara. Finalmente volvió, recordando como ha habido veces que yo también he abortado rutas por agotamiento suyo. Pero no fue óbice para que estuviese todo el viaje recordándome que en bici hubiera llegado antes, que como le cuesta llegar al tren, que no estaría tan cansado cuando voy de pie, etc, etc.

Por lo tanto, la enseñanza del día fue: si alguien te exige cambiar de antemano una ruta hasta el punto de que sabes de sobra que no la podrás completar y luego se extraña, lo mejor es decir que estás acatarrado y hacerla por tu cuenta.

Visor

Fotos de la ruta

Foto 1 de Subiendo el Mondúver con la bici de carreteraFoto 2 de Subiendo el Mondúver con la bici de carreteraFoto 3 de Subiendo el Mondúver con la bici de carretera

Waypoints de la ruta

FuenteFuente

Font de la Drova

Foto 1 de Font de la Drova
CimaCima

Cima del Mondúber

Foto 1 de Cima del MondúberFoto 2 de Cima del MondúberFoto 3 de Cima del Mondúber
AvituallamientoAvituallamiento

Bar l'Avinguda

WaypointWaypoint

Alto en el camino

Foto 1 de Alto en el caminoFoto 2 de Alto en el camino
FotoFoto

Carretera de Pavés

Foto 1 de Carretera de Pavés
Collado de montañaCollado de montaña

Puerto de Simat

Foto 1 de Puerto de SimatFoto 2 de Puerto de Simat
Collado de montañaCollado de montaña

Puerto de Barx

Foto 1 de Puerto de BarxFoto 2 de Puerto de Barx
WaypointWaypoint

Barx

Foto 1 de Barx
WaypointWaypoint

Subiendo el Mondúber

Foto 1 de Subiendo el MondúberFoto 2 de Subiendo el MondúberFoto 3 de Subiendo el MondúberFoto 4 de Subiendo el Mondúber
WaypointWaypoint

Fin del camino

Foto 1 de Fin del caminoFoto 2 de Fin del caminoFoto 3 de Fin del camino

Puntuación de la ruta

Puntuación de la ruta:
Tres estrellas
Una estrella
Una estrella
Una estrella
Estrella oscura
Estrella oscura
Dificultad física:
Cuatro pedales y medio
Un pedal
Un pedal
Un pedal
Un pedal
Medio pedal
Dificultad física:
Dos árboles
Un árbol
Un árbol
Árbol oscuro
Árbol oscuro
Árbol oscuro
Tráfico:
Un coche
Un coche
Coche oscuro
Coche oscuro
Coche oscuro
Coche oscuro
Peligrosidad:
Medio hueso roto
Medio hueso roto
Hueso roto oscuro
Hueso roto oscuro
Hueso roto oscuro
Hueso roto oscuro
Técnica:
Una piedra y media
Una piedra
Media piedra
Piedra oscura
Piedra oscura
Piedra oscura

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