Ciclismo
Explorando la base militar de El Toro (CT-6 Andilla)
Mapa
Crónica
Hace ya bastante tiempo tenía la curiosidad de subir al pico de Salada, donde está la base abandonada del ejército en Abejuela. Una cima en la sierra de El Toro, en las últimas estribaciones de la sierra de Javalambre, que con 1 586 metros de altura tiene pinta de ser toda una experiencia.
Lo malo es que la localidad de El Toro —desde donde se accede a la base— no está precisamente cerca y se me hace difícil pensar en salir desde Valencia, más a esta altura del año donde las horas de sol comienzan a escasear. Así que convine con mi padre que lo mejor sería salir desde Valencia en tren, pero la vuelta como mínimo debería ser hasta Llíria, para volver en metro, ya que haríamos un camino diferente a la ida.
Así que a las ocho de la mañana ya estábamos en el cercanías de Caudiel, que nos dejará en Jérica tras una hora y media de viaje. Es lo malo del tren, que además de ir a paso de burra (menos de 50 km/h de servicio comercial) sale tarde. Pero al menos cuando lleguemos a las subidas más duras pedalearemos más descansados. Un café en el bar del hotel Rosaleda para desperezarnos un poco del ruido del motor y el traqueteo y enseguida nos ponemos en marcha.
Saldremos de Jérica por la carretera que va hacia Caudiel. Nos cruzaremos con un par de coches al poco de pasar por debajo de la autovía, pero nos desviaremos a la carretera de Benafer (CV-211). Conseguiremos llegar así hasta el Ragudo por una carretera mucho más pintoresca, agradable y segura que la rampa infernalmente recta de la N-234. Durante los últimos kilómetros la carretera transcurre entre la vía del tren y el aeródromo de Viver. ¿Provincia de Castellón, aviones y no está Carlos Fabra detrás sacando tajada? ¡Por supuesto que está presente!
Tras volver a pasar por debajo de la autovía, llegamos a la carretera de las antiguas cuestas del ragudo, pero no vamos a subir por ahí. Yendo con mi padre prefiero llevarlo por otro camino que él no conoce, que es más largo pero con unas cuestas menos pronunciadas. Cruzamos el ferrocarril a la altura del apeadero de Masadas Blancas y en la pequeña rotonda dejo que se extrañe al ver que no vamos a ir como la última vez que pasamos, sino que lo subo por el camino de Pina de Montalgrao.
La carreterita es tan estrecha, tan revirada y tan pista forestal que jamás diría que es una carretera oficial, pero lo es. CV-209 se llama. Aunque la recordaba con un asfalto granujiento y engorroso, en realidad para subir no molesta lo más mínimo. Hablando se nos pasa el tiempo volando mientras cruzamos varias veces el barranco de Val de Hurón por el Puente Largo —que no es tan largo— y el puente de la media legua. Al llegar a Pina de Montalgrao ya eran las once y media. No tenía hambre ninguna, pero sin comer no iba a llegar hasta la cima, así que llegamos a una solución de compromiso: almuerzo no demasiado copioso y comer a la vuelta.
Hasta Barracas hay poco más de cuatro kilómetros, que al ser cuesta abajo se hacen en un momento. Como estamos escarmentados de los precios del sitio donde paramos siempre, buscamos otro lugar para almorzar. Elegir un bar a ciegas es más suerte que otra cosa, pero intentamos usar una especie de razonamiento científico de lo más delirante. El bar debe estar apartado de la zona más transitada, pero aún así tener suficientes coches y camiones en la puerta como para pensar que se ha ido allí aposta. Debe ser un local no demasiado sibarita, pero tampoco el típico lugar tan fritangero que las moscas se queden pegadas a la barra. Y ya puestos a elegir, un sitio donde te traten con confianza, pero no tanto como para sentir que te están vacilando. Al final entramos al Bar Corell, aunque luego dentro ponía que se llamaba Tigre. Por diez euros los dos es un sitio bastante aceptable.
Al ver a las horas que salimos de allí empiezo a pensar que igual pasaríamos demasiada calor subiendo, pues aunque estemos en octubre, este año parece que finalmente iremos al cementerio por Todos Santos de manga corta. La carretera de Barracas a El Toro es llana y prácticamente sin tráfico. En la fuente del Járiz tomamos agua, rellenamos los bidones y nos fuimos a lo inevitable. Lo desconocido. ¿Sería la carretera transitable o un contínuo bache? ¿Podría mi padre subir una cuesta dura e inacabable durante quince kilómetros?
Abandonamos el pueblo por el camino del Vía Crucis —bonita metáfora— hasta la ermita de San Roque. Había que subir, pero nada exagerado. Además, para ser una carretera usada en exclusiva por los militares de una base que se abandonó hace más de veinte años, está en un estado impecable. Es más, vimos a lo largo del recorrido un par de brigadas forestales retirando troncos caídos de las cunetas. Pero al rato la cuesta empezó a mostrarse intratable. Yo la podía subir más o menos con dignidad, pero mi padre necesitaba masticar el camino despacio a riesgo de atragantarse.
Sorprendentemente no fue mal la experiencia. Vale, le tenía que esperar un par de minutos de vez en cuando, pero hubo momentos al principio que me temí o bien dar media vuelta, o subir sólo mientras él me esperara en el pueblo. A medida que dejábamos atrás corrales y cerros él iba cayendo en la cuenta que igual nunca ha subido tanto y de forma tan contínua. Se puede comparar al día que fuimos de La Puebla de Valverde a Camarena de la Sierra, pero ni aún así.
Al fin llegamos al acuartelamiento en la cumbre. Mi gozo en un pozo. Casi todas las antenas habían sido desmontadas y sólo quedaban los pilones de la cimentación donde alguna vez hubo varios mástiles con enormes parabólicas. Testimonialmente quedaba una asignada a protección civil, sin uso también, esperando a ser vandalizada.
Lo que aún no había sido derruído eran los pabellones de los oficiales y los soldados. Eso sí, estaban totalmente arramblados y grafiteados, con las cornisas mostrando su armadura, dandole al lugar un irresistible encanto lúgubre y peligroso. No tuvimos más remedio que entrar en ellos para ver hasta qué punto habían sido expoliados —hasta los cables de los macarrones— y vandalizados —ni un puto azulejo de los aseos sin romper—.
Nos vendieron que las vistas desde este lugar eran infinitas, pudiendo verse la ciudad de Valencia e incluso Ibiza. Sin embargo el día no era lo suficientemente claro y sólo pudimos ver montañas. Muchas montañas y niebla. Pero claro está, la gracia de este lugar era tener visión directa con Valencia. Os cuento su historia:
La Red Territorial de Mando
A finales de los sesenta y con la ayuda de los Estados Unidos, el Ministerio del Ejército y el Ministerio de la Marina deciden unir mediante radioenlaces de microondas sus nueve —por entonces— capitanías generales peninsulares junto a Baleares y varias bases navales. Para ello, usaron transmisiones en frecuencias de microondas, por visión directa si era posible —como desde El Toro a Valencia— o bien por dispersión troposférica. Una enorme ventaja de usar este método es que no sería afectado por los pulsos electromagnéticos de una explosión nuclear, y en medio de la guerra fría era un factor a tener en cuenta.
Sin embargo, se usó tecnología que resultaría obsoleta en poco tiempo. Los enlaces de tecnología analógica tenían capacidad para unas pocas conversaciones telefónicas. Transmitir paquetes de datos era casi ciencia ficción y el advenimiento de las comunicaciones vía satélite le dio la puntilla al sistema. También es sorprendente saber que en un principio era un proyecto del más alto secreto, pero… ¿Cómo mantienes en secreto emplazamientos con antenas enormes en lo alto de montañas? Si desde Valencia con ayuda de unos prismáticos puede verse la luz en la montaña, ni te digo desde Barracas. Por no hablar de la cantidad de soldados haciendo el servicio militar que habrán pasado por las estaciones.
En el mapa puede verse la Red Territorial de Mando al completo:
Y en la siguiente tabla se pueden comprobar dónde estaban situadas las bases:
Código Localidad/Nombre Paraje Provincia Altitud
(metros)CT-1 Bustares Alto Rey Guadalajara 1 803 CT-2 Guadalupe Villuercas Cáceres 1 595 CT-3 Constantina Cerro Negrillo Sevilla 903 CT-4 Valdepeñas de Jaén La Pandera Jaén 1 870 CT-5 Totana Sierra Espuña Murcia 1 583 CT-6 Andilla La Salada Teruel 1 586 CT-7 Fogars de Montclús Puig Sesolles Barcelona 1 667 CT-8 Zuera Vértice Esteban Zaragoza 747 CT-9 Espinosa de los Monteros Picón Blanco Burgos 1 529 CT-10 Villamediana-Telégrafo Torquemada Palencia 882 CT-11 Santa Colomba de Somoza Labor del Rey León 1 531 CT-12 Sobrado Campelo La Coruña 806 T-13 Ministerio del Ejército Madrid T-13M Ministerio de la Marina Madrid T-13A Prado del Rey (Centro de control) Madrid T-14 Capitanía General de Sevilla (II Región Militar) Sevilla T-15 Capitanía General de Granada (IX Región Militar) Granada CT-15R Granada San Miguel Granada 975 T-16 Capitanía General de Valencia (III Región Militar) Valencia T-17 Capitanía General de Baleares Mallorca T-17N Comandancia Militar de Marina de Palma de Mallorca Mallorca T-17MA Comandancia Militar de Marina de Mahón Mallorca CT-17R Escorca Puig Major Mallorca 1 445 T-18 Capitanía General de Barcelona (IV Región Militar) Barcelona T-19 Capitanía General de Zaragoza (V Región Militar) Zaragoza CT-20R Huérmeces San Vicente Burgos 1 051 T-20 Capitanía General de Burgos (VI Región Militar) Burgos T-21 Capitanía General de Valladolid (VII Región Militar) Valladolid T-22 Capitanía General de La Coruña (VIII Región Militar) La Coruña
Cuando salimos de los edificios nos pasamos un buen rato explorando el helipuerto, las pistas deportivas, las alambradas, las garitas… Tanto que se nos empezaba a hacer tarde. Comenzamos a bajar hacia el Toro pensando que sería un momento, pero nada más lejos de la realidad. Aunque se subía muy bien, bajando no te podías fiar de tus reflejos. Aunque la carretera aparentemente estaba en buen estado, cuando menos lo esperabas te plantabas delante de un socavón capáz de tirarte por encima del manillar, o al menos reventarte las ruedas. Acabamos hartos de apretar las manetas del freno y con dolor en las muñecas de ir contínuamente en tensión. La bajada no parecía tener fin. El almuerzo tardío en Barracas era ya un recuerdo, pero no había tiempo que perder.
No paramos a comer. Llenamos los bidones y salimos raudos a Bejís por el Camino Viejo de Viver, en una bajada progresiva y muy agradable. Parece la típica pista forestal que nadie conoce y asfaltaron porque igual sobraba el dinero, pero no sé a santo de qué puesto que apenas pueden cruzarse dos coches y va de la nada a ningún sitio pasando por ninguna parte. Pero por mí, encantado. ¡Ójala muchas pistas así!
El camino acaba en la CV-239, cerca de la Masía de los Planos. Giramos a la derecha y Bejís poco a poco va apareciendo majestuosa detrás del río Palancia, descolgándose por un cerro coronado por el castillo de la Orden de Calatrava. La pequeña subida a Bejís le había encendido las alarmas a mi padre con respecto a mis repentinas pájaras e insitió a que parásemos a comer —más bien merendar— otro bocadillo. Y menos mal porque me las prometía muy felices bajando a Alcublas, y en realidad hasta Sacañet era subir sin parar.
Afortunadamente tampoco nos empachamos a comer. Los ocho kilómetros de subida se me hicieron eternos. No sólo por mí —que también— sino por tener rondando a mi padre, cual Pepito Grillo sin parar de azuzarme diciendo que se nos iba a hacer de noche, que por qué no hemos vuelto por Segorbe, que si ya sabía el que no iba a ser todo bajada… ¡Nunca es todo bajada! ¡Por definición! La meta estaba cambiando: de llegar sobrados a Valencia, a conseguir llegar a Llíria a coger el metro antes de que se oscureciese del todo.
¿Que vamos a llegar tarde? ¡Se va a enterar! Tras parar en Alcublas a beber agua aprovecho para ir detrás bajando el puerto, y nada más llegar a la CV-339 —la carretera de Llíria a la rotonda del puerto de Alcublas— me pongo a bajar como si no hubiese un mañana. De vez en cuando echaba la vista atrás a ver si me seguía, y allí estaba. Es sorprendente la capacidad que tiene alguien de correr cuando la noche se le echa encima. En una decisión desafortunada de última hora en vez de ir a Llíria, preferí girar y acabar en Bétera, puesto que los trenes tienen allí mejores frecuencias. Por el carril bici de la CV-333 dejamos de tener prácticamente luz y para colmo el tren acababa de irse cuando llegamos. Por lo menos nos pudimos relajar un poco de los momentos más trepidantes y compartir nuestra visión de la ruta. Una cima asombrosa pero con las vistas fastidiadas por la bruma y una vuelta ya conocida a partir de Bejís demasiado larga y con el tiempo justo.
Visor
Fotos de la ruta
Waypoints de la ruta
Parada de tren
Llegando en el tren a Jérica
Fuente
Fuente en Pina de Montalgrao
Avituallamiento
Almorzando en el Bar Corell, Barracas
Fuente
Fuente de El Járiz, El Toro
Waypoint
Comienza la dureza de la subida
Waypoint
Pequeño descanso en la subida
Cima
Base Militar CT-6 Abejuela
Waypoint
Cancha deportiva
Waypoint
Helipuerto
Ruinas
Dentro de los barracones
Waypoint
Empezando a bajar
Waypoint
Camino viejo de Viver a El Toro
Avituallamiento
Comiendo en el Bar Los Greñas, Bejís
Puntuación de la ruta
Cuatro estrellas
Tres pedales y medio
Cuatro árboles
Un coche
Dos huesos rotos
Dos piedras y media
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