Ciclismo
Marcha solidaria AVAPACE 2014: Destino Alcublas
Mapa
Crónica
Grandioso día para hacer 110 kilómetros en la segunda edición de la marcha solidaria de la asociación valenciana de ayuda a la parálisis cerebral.
Aunque en teoría tenía pensado acudir con Juan, finalmente no pudo venir. Sin embargo allí me encontré por sorpresa con amigos de El Perro Verde con los que viví la experiencia.
El día comenzó con una decisión errónea que me lastró todo el día: dormir poco y desayunar mal. De camino al velódromo ya intuía que me pasaría factura. Una cosa es ir como voy yo por las carreteras de la vida, lento y parándome en cada pueblo, y otra muy distinta es ir en una marcha donde ni se para, ni se hacen fotos, ni se mea —a no ser que tengas la próstata como una mandarina—. Además me conozco. Acabaré picándome con los demás y me reventaré antes de tiempo.
¡Comienza la ruta! La salida del velódromo se hace por la autovía que está acotada momentáneamente para la ocasión. Mirando el velocímetro ya me doy cuenta que esto no va a ser fácil. Todavía vamos neutralizados y tremendamente agrupados pero ya parece que haya gente que quiera conseguir mejores puestos en la cabecera del mogollón.
A esas velocidades todo pasa muy rápido y al ir con tantísima gente, se hace muy divertido. En un visto y no visto nos metemos por la CV-310 para llegar a Bétera. ¡Y por los túneles! Como cuando salgo siempre lo hago a solas y a mi aire no estoy acostumbrado a ir a rueda de nadie. Sin embargo a la velocidad que vamos se me antoja imprescindible. No me parece una práctica demasiado segura, pero al rato acabas acostumbrándote. Desgraciadamente tu vista se acaba quedando fija en la espalda del ciclista de delante. No me imagino pasando por caminos como el de el puerto de Eslida y no poder contemplar el paisaje.
Al pasar Bétera la gente empieza a tirar. Se forman los primeros grupos y se pasa de rodar en pelotón a formar filas de a dos algo desfasadas, e incluso en ciertos momentos a rodar en abanico. Aquí iba a un ritmo que pese a ser mucho más exigente que el que suelo llevar, me resultaba muy cómodo, situado más o menos a mitad de la marcha. Cada curva cerrada o cada rotonda a trazar daban una buena idea de la increíble técnica que tengo conduciendo.
Y fue entonces cuando la cagué. «Si acelero un poquito puedo ponerme delante del grupo». «Si me pongo a rebufo de estos tres chavales que están esprintando enseguida llego al grupo de delante». «Ahora que el de delante ha bajado un poco el ritmo podría llegar al siguiente grupo, aunque esté muy lejos». ¡ERROR! Sólo a un loco o a un inconsciente se le ocurre hacer esto. Durante los pocos minutos que rodé en solitario forzándome para llegar al grupo siguiente me dio un bajón que poco más y me caigo al suelo. Era evidente, por la distancia que había entre un grupo y otro, que estaba intentando llegar a ciclistas con una forma física superior al resto de los que buenamente podemos entrenar una o dos veces a la semana.
El estómago me estaba empezando a doler a causa del hambre y de la sed. Como nunca me había pasado antes. Intenté beber de la botella sin parar, pese a que mi ritmo ya había bajado a límites inaceptables para una marcha. Así que aprovechando un claro en la carretera tras varios rebases que me hicieron, paré para beber en condiciones. ¿Y qué llevaba para comer? ¡Una única y puñetera barrita de muesli! Cuando vi que Rafa llevaba en los bolsillos media despensa, pensé: «No se pueden hacer tan largos cincuenta kilómetros». ¡Los cojones! ¡Y al puesto de avituallamiento de al lado de la salida no le hice ni caso!
Mientras intentaba imaginar que en vez de una barrita de mueli estaba comiendo medio pollo al horno —la psicología en estos casos funciona— me adelantaron todos los grupos que había dejado atrás anteriormente. Y los que no había adelantado… ¡También! Con el último bocado de cereales en la boca salí con más voluntad que fuerzas. Hubiese necesitado cuatro barritas más para sentirme con un mínimo de energía. Ya había pagado la novatada y no era plan de regodearme. Un participante me dio un consejo que es para enmarcar: «¿Antes marcando el paso y ahora no llegas a veinte por hora? Hay que dosificarse más, que ni somos profesionales ni esto es una competición». Me hundió en la cruda realidad. ¡Putа vida, tete! que diría un tronista.
A trancas y barrancas llegué junto a los últimos corredores a la rotonda que da la bienvenida al alto de Alcublas, donde nos esperaba una furgoneta de la organización repartiendo agua. Yo necesitaba agua, pero también necesitaba comer algo. Una participante me ofreció una barrita que me salvó un poco la existencia. Al bajar de la bici me di cuenta que a duras penas podía caminar. Los gemelos me temblaban como un flan… ¡Y quedaba el puerto!
Ni idea de dónde estaba Rafa, ni Justo, ni Lázaro. Daba por hecho de que ya estarían en la subida, así que ¡hacia arriba!
Ya los primeros metros fueron una toma de contacto en condiciones. Generalmente intento siempre dejar la corona grande para casos de extrema necesidad, al igual que prácticamente jamás pongo el plato pequeño de la bici de montaña. Aquí en los primeros cien metros ya me quedé sin desarrollo. ¡Y eso que llevo un plato compacto! De hecho mi bici es el ideal del perfecto globero que quiere probar las sensaciones del asfalto. Aluminio —el carbono se salía exponencialmente del presupuesto—, potencia corta y sin invertir, manillar bien alto, cuadro con postura de gran fondo… ¡Si incluso las válvulas de las cámaras llevan sus tapones!
Intento ponerme detrás de un ciclista de más o menos mi edad que llevaba una atronadora música festivalera en el móvil. Debía tener la cabeza en otro sitio que no fuera en los músculos de mis piernas, que no me respondían. Tanto fue así que hasta acabé cantando la canción de la mujer del pelotero, típica de las verbenas de fallas y momentos etílicamente supremos.
Poco a poco llegué a ponerme al lado de Lázaro, que me vería una cara tal que me dió otra barrita de cereales. Mirábamos montaña abajo y veíamos la furgoneta que marcaba el final peligrosamente cerca de nosotros. Se supone que Justo estaba pedaleando al lado de la furgoneta que conducía su hermano, y Rafa… ¡Ni se sabía!
Pasa una furgoneta y al adelantarme me pregunta: «¿Te llevamos?» Ni hablar. Para lo que queda, termino la cuesta por mi cuenta aunque necesite reanimación. Acompañado de las pocas personas que quedaban por llegar fuimos recibidos con aplausos por vecinos de Alcublas, que estarían ya hasta los huevos de ver ciclistas llegando. Estaba todo el mundo en un parque del pueblo. Bocadillos, agua, coca cola, sandía, manzanas, plátanos, café… Necesité bocadillo y medio, refresco y casi media sandía para recuperarme.
Lázaro llegó poco antes que yo y Justo al poco rato, junto a la furgo de su hermano. Rafa, sin embargo… ¿Dónde está Rafa? Cuando al fin llegó, prácticamente era la hora de volver a salir. Dice que la bici de carretera que le han dejado es más parecido a una máquina de tortura china que a un medio para desplazarse. Y que se baja a Valencia en la furgo.
Todos los participantes empiezan a salir, pero nosotros ahí estamos, con el café. De que nos damos cuenta no queda absolutamente nadie. Habrá que hacerse a la idea.
Al tener la carretera para nosotros solos, la bajada se convierte en un rally de los autos locos. Cogido de los cuernos del manillar, intentando exprimir el plato grande y trazando las curvas como buenamente se puede. Pero lo bueno se acaba pronto. De aquí en adelante me puse a rueda de Justo hasta prácticamente llegar a Valencia. ¿En serio este hombre está aún recuperándose de un accidente? ¡Ya quisiera estar yo así de normal! Encima decía: «No me gusta hacer bajadas en grupo porque entonces ni hay esfuerzo ni apenas se entrena». ¡Qué grande! Si no llega a ser por él, igual me hubiese bajado a Llíria a coger el tren y que le den por saco a todo.
Tras pasar por la autovía en una maniobra un poco arriesgada llegamos al fin. Los últimos. Fuera de tiempo… ¡Pero llegamos! Casi no llegamos ni al chiringuito de los refrescos, pero puedo decir que he acabado mi primera marcha.
Tras las despedidas sólo quedaba cruzar Valencia de nuevo y llegar a casa para caer rendido y dormir lo que no está escrito. He hecho en menos de cinco horas lo que de normal hago en siete u ocho. ¡Hay que esforzarse más!
Visor
Fotos de la ruta
Puntuación de la ruta
Tres estrellas
Dos pedales y medio
Dos árboles
Dos coches
Un hueso roto
Ninguna piedra
Deja tu comentario