Ciclismo
Entre puerto y puerto, la Ermita del Remedio
Mapa
Crónica
Hace tiempo hice con Juan una ruta que salía de Requena y pasaba por Villar de Olmos, Villar de Tejas y enlazaba con la carretera que baja hasta el embalse de Benagéber. El primer tramo lo recordaba perfectamente: carretera de montaña estrecha, revirada y dejada de la mano de Dios, con unas vistas increíbles y la cima del puerto del Negrete en el kilómetro treinta de la ruta. Subiendo sin parar desde prácticamente bajar del tren. Iba a revivir la jornada hasta allí, pero tras coronar el primer puerto, todo sería nuevo.
Así que aprovechando un bono de cercanías a punto de caducar, me subí en el primer tren de la mañana dispuesto a que me dejase en Requena. Al llegar, con un día que empezaba a despuntar, comencé a sentir la dureza de los falsos llanos inacabables sobre un asfalto que no hace más que empeorar las sensaciones. Sin embargo, las vistas del valle formado por el barranco de Porrúnchez hace que merezca la pena. No fuí el único que pensó que sería una buena ruta para hacer el día de la Purísima, porque encontré con varios ciclistas tan solitarios como yo.
Cumpliendo más o menos el horario que tenía previsto, a las dos horas de ruta ya estaba en la cima del puerto del Negrete. Aunque en pleno diciembre haga un frío tremendo por aquellos parajes del interior de Valencia, el ejercicio me hacía sudar como un gorrino. Si me quitaba el cortaviento, el aire congelado me helaba el sudor, pero con él era como hacer spinning dentro de una sauna portátil. Al final me lo quité hasta la inacabable bajada del puerto.
Mi intención era la de llegar a comer a casa. ¡Sí, en serio! Suponía que el segundo puerto que subiría esa mañana, al estar más cerca del llano de Utiel-Requena por definición tendría menos desnivel. Me equivoqué totalmente. Se sube prácticamente lo mismo. Para ahorrar tiempo, en vez de parar en un bar cargué con la alforja y me llevé pan y fiambre suficiente para hacerme dos bocadillos. Uno para desayunar en el tren y el otro para almorzar. ¡Quien lea esto, viniendo de mí, no se lo creerá!
Parar a mitad la trepidante bajada desde el Negrete a Utiel tiene delito, pero no visitar la Ermita del Remedio es un pecado más gordo. Sin duda era el paraje ideal para descansar y comer. El lugar está presidido por una plaza con varios olmos enormes, un humilladero, un hito kilométrico muy antiguo —me atrevería a decir que es de la época del Circuito Nacional de Firmes Especiales, donde el trayecto de Madrid a Valencia era la ruta XII— y un leguario con aspecto de ser más falso que un euro con la cara de Popeye. Lo más interesante es el santuario. Os pongo en la historia:
La historia de Juan de Argés
Juan de Argés era un monje franciscano de Burgos que vivía allá por el siglo XVI. Como se ve que hacía un frío del carajo, decidió irse a predicar la Nueva Buena a África. Para ello se fue a Cullera a tomar el barco. Pero se ve que el Buquebús de la línea 7 no pudo salir aquel día porque Cullera estaba siendo saqueada por el pirata Dragut y sus compañeros de fechorías.
En la playa, esperando que esperarás al barco que no llegó, encontró una figura de la virgen María mientras una voz le pedía que la llevase a Utiel. Deshaciendo el camino andado y tras pasar una breve estancia por el sanatorio de peregrinos de San Antonio de Requena, instaló la imagen en una cueva de la sierra del Negrete.
Vamos a pasar por alto el hecho de que en el siglo XVI lo más normal para ir de Burgos a Cullera sería por el valle del Ebro (y si me apuras Teruel) en vez de atravesar el Sistema Central. Pero si nos creemos la premisa, a partir de aquí la historia es la típica de aquella época. ¿Que hay una epidemia de peste? Rogativa a la virgen y quien rece de corazón se salvará. ¿Que no llueve? Recémosle a la virgen. ¿Que sigue sin llover? Es que no rezáis con la fe suficiente. ¿Que al año siguiente el pueblo se inunda? Los caminos del señor son inescrutables. ¿Que es un poco cutre tener una imagen en una cueva? Hagamos romerías. Recolectemos donaciones. Construyamos un santuario. Lo que viene llamándose la cultura económica del milagro.
El caso es que el santuario que ha llegado a nuestros días es la reconstrucción del siglo XVIII del segundo santuario que se destruyó en un incendio. Tres llevan ya.
Por fuera tiene su belleza: en el frontal, una fachada con espadaña de tres niveles y siete campanas, un atrio lateral de piedra, un reloj de sol precioso… Pero lo bueno-bueno es lo de dentro. Si bien la cúpula y el altar tienen encanto, y las cerámicas de las paredes están en ese equilibrio entre lo bonito y lo kitsch —coent para los valencianos— lo que me flipó de verdad son dos cosas. La primera, el sarcófago donde se guarda la momia de Juan de Argés. Y sobre todo, la mayor colección de exvotos que he visto en mi vida. Superar en cantidad y calidad la ermita de La Consolación de Villarta que vi el año pasado con mis amigos de El Perro Verde era complicado, pero lo han conseguido. Cualquier tipo de enfermedad, cualquier tipo de accidente, cualquier tragedia tiene cabida. Desde el arrollamiento de un tren a la cogida de un torero. Desde sacarse el carnet de conducir hasta aprobar oposiciones. Desde daguerrotipos de niñas de hace más de un siglo a pinturas al óleo. Muletas, prótesis, pelucas, velas en forma de corazón, trajes de novia… ¡Todo tiene aquí su lugar!
Tras este desvío de varios párrafos, ya va siendo hora de continuar con la narración del viaje, digo yo. Nos habíamos quedado en la plaza del Santuario haciéndome un bocadillo porque no quería parar en un bar. Tras comérmelo mientras una miríada de gatos luchaban entre ellos para llevarse una ración de pan salí dispuesto a darlo todo en la bajada hasta Utiel. Nada más entrar a la carretera comenzó un tira y afloja entre yo y dos ciclistas del club ciclista de Utiel. Llegué deseando entrar a un bar a tomar un café con leche o algo, pero por segunda vez me convencí de que no daba tiempo. Cogiendo la N-III en dirección a Requena nos saldremos en la rotonda donde se une con la N-330. A continuación iremos por la CV-392 en dirección a Estenas y Las Nogueras.
La carretera no ofrece ni de lejos la mismas vistas y sensaciones que ofrece la otra. Es más convencional. Más aburrida. Además hay algo más de tráfico —igual un coche cada diez minutos— pero supongo que tiene que ver con la hora y las labores de la recogida de la aceituna de los olivares que atravesamos, dado que seguimos estando en un desierto demográfico. Subimos sin parar aunque de forma algo más suave, lo que da mucha rabia porque te agotas pensando que estas llaneando, pero realmente no lo estás.
Quería continuar para ver si llegaba a la cima y poder dejarme caer hasta Requena. Sólo así me daría tiempo a coger el tren que me dejaría en Valencia a una hora adecuada para ponerse a comer en vez de merendar, pero mi cuerpo no respondía y el camino no hacía más que escarparse, así que aprovechando que por una vez llevo comida de sobra, me paré en un merendero techado a las afueras de Estenas a comer un táper de arroz con leche.
Algo más recuperado, continuamos subiendo para darlo todo nada más pasar Las Nogueras. El asfalto está lleno de pintadas dándo ánimos a los inconscientes ciclistas que puedan rodar por allí y avisando de la recompensa que obtendrás al cruzar el cenit. La carretera se convierte en una pista forestal asfaltada con una pendiente media del 8% y zonas que llegan al 14%. Desde aquí se ve media provincia por lo menos. El camino acaba en la carretera por la que hemos pasado a primera hora y que usaremos de nuevo para volver a Requena durante los ocho kilómetros que quedan. Lo que a primera hora era un falso llano asqueroso se convierte en una bajada vertiginosa, y el asfalto granujiento tocahuevos ahora es la guinda de la diversión.
A Requena ya no llegué a tiempo de coger el tren de vuelta, y la ruta con los 72 kilómetros que llevaba se quedaba coja, así que me armé de valor para llegar a Buñol, desde donde salen trenes de refuerzo a Valencia. No llegaría pronto, pero mejor eso que estar esperando tres horas.
La subidita a Dos Aguas fue lo que acabó de reventarme, pero saber que sólo queda bajar el Portillo anima lo suficiente. Con sólo 1 500 metros de desnivel acumulado llegué a Buñol, aunque parecieron muchos más. Según el indicador de próximas salidas de la estación quedaban menos de diez minutos para que saliese un tren a Valencia. Paso mi billete por el torno y el tren que no viene. Se retrasa… Tampoco entiendo que sea yo el único que espera en la estación. Una mirada más detenida al indicador me sacó de dudas. Cuando llegué a la estación faltaba una hora y diez para que saliera el tren, no diez minutos. Y para colmo el billete ya estaba pagado y validado.
Así que allí me quedé, sudado y muerto de frío, al leve sol de diciembre y sin ni siquiera poder saciar mi sed porque no tenía agua y el baño estaba cerrado. A esto añade los cuarenta minutos de viaje para llegar a casa prácticamente anocheciendo. A llegar a comer a casa los cojones.
Visor
Fotos de la ruta
Waypoints de la ruta
Waypoint
Villar de Olmos
Foto
Barranco Porránchez (I)
Foto
Barranco Porránchez (II)
Foto
Llegando a Villar de Tejas (I)
Foto
Llegando a Villar de Tejas (II)
Waypoint
Mas de Cholla
Foto
Subiendo al Negrete desde Villar de Tejas
Collado de montaña
Cima del Negrete
Arquitectura religiosa
Ermita del Remedio
Waypoint
Casa de los Mancebones
Foto
Llegando a Estenas
Collado de montaña
Cima del puerto de Nogueras
Foto
Volviendo a Requena
Fuente
Fuente, lavadero y merendero de Estenas
Puntuación de la ruta
Tres estrellas y media
Tres pedales
Dos árboles y medio
Medio coche
Medio hueso roto
Una piedra y media
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